El sueño cumplido. Una experiencia inolvidable. La felicidad de vivir con lo mínimo y encontrarse a uno mismo, sin ataduras. Viajar a Nepal no formaba parte de unas vacaciones convencionales, sino de un enorme reto personal.
Realizar un voluntariado internacional en un proyecto educativo en unos de los países más pobres de Asia meridional en términos de renta per cápita es una experiencia que a veces puede resultar dura pero, a la vez, sumamente enriquecedora, porque no sólo ayudas a otros, sino que te descubres a ti mismo. El voluntariado internacional que finalicé hace escasas fechas en uno de los países más fascinantes que he tenido oportunidad de visitar ha sido una lección de coherencia, equidad, corresponsabilidad, solidaridad y transparencia.
Ni el contraste de las comidas demasiado picantes y muy especiadas, los viajes interminables en tuc tuc, los adelantamientos casi suicidas de conductores de autobuses que en Estados Unidos habrían sido retirados hace décadas o el incómodo lecho para dormir que acompañó toda la estancia en el país son capaces de amargar la experiencia. Cuando uno pisa por primera vez suelo nepalí todo le resulta nuevo: desde el caótico tráfico en las vías urbanas, a los colores parduzcos que adornan el paisaje en el final de la estación del monzón, el deficiente tendido eléctrico y sus apagones, la elevada polución en las calles o incluso la extraordinaria amabilidad de sus gentes con los recién llegados.
¡Namasté!
A menudo se dice que aunque se visita Nepal por sus montañas se regresa por sus gentes. Sus ciudadanos sonríen fácilmente y en las circunstancias más adversas rara vez se escucha una voz discordante. Todos los nepalíes reciben a sus huéspedes con respeto y un cordial “Namaste!”.
¿El motivo de los 8. 483 kilómetros recorridos? Pequeño y grande al mismo tiempo. Allí, como en otros tantos lugares del planeta, los niños siempre se llevan la peor parte de la pobreza y las emergencias sociales. Por eso, instalarse en un orfanato para colaborar en las rutinas diarias de la casa es otra forma de sentirse útil. Nepal está considerado como el nirvana de los montañeros, como explica Bradley Mayhew, viajero incansable que conoce de cerca la realidad del país con desplazamientos frecuentes allí desde hace más de dos décadas. “En ninguna otra parte del mundo se puede caminar durante días o incluso semanas por paisajes montañosos increíbles con la certeza de que al final del día aguarda una comida caliente y un techo”, indica como ejemplo de que Nepal resulta siempre una patria acogedora.
“Es un país en el que todo el mundo repite. No sé qué tendrá pero atrae de una forma increíble”, afirma Cristina Bertomeu, catalana afincada en Kathmandú hace más de una década y una de mis primeras guías en esta aventura. Con ella pude comprobar, como los propios nepalíes dicen, “Nepal, once is not enough!” (una vez no es suficiente).
Olivia Fontanillo, de la asociación Destino Solidario y Lila Lamgaday, de Child Helping Education Fundation (CHEF), son los otros dos lazos con el país. Olivia, desde España me animó a participar de un proyecto ilusionante en el que tenía las puertas “abiertas todo el año”, y Lila fue informándome, vía email, de la realidad y las necesidades en el orfanato.
Un proyecto joven
Desde hace cuatro años, CHEF acoge en sus instalaciones de Sunakhoti, en Lalitpur, a escasos 8 kilómetros de la capital del país, a niños de familias sin recursos. La casa-hogar Child Helping Education Fund es un pequeño y joven orfanato, en el que se trata de cubrir las necesidades diarias de los menores, en un entorno familiar y seguro, que les permite desarrollarse como personas y formarse para su futuro. El sueño de Lila y su hermano Oman, que antes de poner en marcha CHEF colaboraron en otro orfanato administrado por unos familiares, es poder consolidar y ampliar su labor, de manera que sean capaces de asistir a un mayor número de niños necesitados, tanto en Sunakothi como en otras comunidades.
El orfanato se encuentra en una pequeña localidad rural, enmarcado por campos de arroz y montañas. Las actividades de voluntariado allí son muy diversas: desde ayudar en el mantenimiento de las instalaciones, hasta el cuidado y las actividades (de refuerzo escolar y de ocio) con los niños o, incluso, echar una mano también en las tareas de tipo administrativo. Además de proveer de casa, ropa, comida y asistencia médica a los menores, la fundación les da la oportunidad de forjarse un futuro, retirándoles de una posible explotación laboral temprana a la que se ven sometidos muchos pequeños.
En el momento de la visita eran ocho los niños que esperaban emocionados la llegada de los dos voluntarios que viajábamos desde España: Micky, Sony, Karuna, Sabin, Pradip, Esmee, Sajina y Sylvia. Como el resto de los lugareños, nos recibieron con un cordial “Namaste!” y una de esas sonrisas que quedan grabadas para siempre. Los dos voluntarios españoles nos convertimos de inmediato en “sister” y “brother” (hermana y hermano) y como tal funcionamos hasta el último día.
El potencial de crecimiento personal y la oportunidad de forjar una conexión estrecha con la comunidad local aportaban mucha profundidad a este viaje. Tanto es así que la responsable del orfanato, Lila Lamgaday, junto a su inseparable Diva –que colabora en el cuidado de los pequeños y la casa- nos informaron de la posibilidad de integrarnos en la vida local realizando visitas culturales o actividades cotidianas como acompañar a diario a los niños a la escuela. Junto a ellos realizamos actividades educativas, deportivas, de ocio, y labores de limpieza e higiene.
En familia
Pronto descubrimos la normalidad de hacer vida descalzos y a ras de suelo, sin mesa ni sillas para comer. Aunque se les ve bien atendidos, felices, tienen muchas necesidades. Ropa, calzado, un lugar para poder estudiar en condiciones, juguetes… Cuando van al parque, que es un descampado, cogen cualquier cosa. Ni siquiera hay una lavadora, y la ropa se lava una vez a la semana. La ducha es siempre bajo un fino chorro de agua. Y, pese a todo, los niños irradian felicidad.
Las instalaciones del orfanato se ubican en la planta baja de una gran casa típica nepalí. Dispone de cinco estancias: una habitación para los niños, otra para las niñas, un salón con cocina, la habitación para los voluntarios y el cuarto de baño. Tras de sí, la mayoría de los pequeños arrastran tristes historias, provocadas por la pobreza y la marginación. Por eso, siempre resulta emocionante compartir con ellos momentos de juego en un entorno familiar para el refuerzo de su autoestima, de manera que puedan aprovechar su verdadero potencial. Algunos han sido niños de la calle y han tenido que luchar por sobrevivir sin ninguna ayuda. Necesitan principalmente cariño y comprensión. Desde la casa-hogar de CHEF se presta especial atención a las circunstancias y necesidades particulares de cada uno de los menores.
La más pequeña del grupo es Sylvia, de 4 años. Es todo energía, y le gusta acostarse cada día con un cuento y un beso de buenas noches a la “sister” y el “brother” españoles que compartieron con ella una gratificante experiencia de diez días. La niña procede de la misma aldea que Lila, situada a las faldas del Himalaya. Karuna, de 8 años –aproximadamente, porque la niña desconoce su propia edad- perdió a su madre cuando tenía dos años de edad. Su padre fue a la India y nunca regresó. Hoy es una niña divertida y muy feliz. Entró en el orfanato en octubre de 2011.
Micky, la bailarina del grupo, con habilidades para cualquier actividad que se proponga, nació en Itahari. Tiene 8 años. Sus padres murieron de cáncer cuando ella tenía 3. Algunas familias de su localidad trataron de proporcionarle comida y educación pero no fue suficiente. Micky llegó a CHEF en abril de 2011. Como Karuna es una niña completamente feliz, ávida de aprender cosas nuevas. A Sajina, de la misma edad, le gustaría llegar a ser ingeniera. Viene de una familia muy pobre, su madre tenía problemas mentales y su padre, sin empleo, sufrió un accidente, que le hizo perder la movilidad de sus piernas. Al no poder proporcionar a la pequeña los cuidados necesarios en materia de educación, ropas y medicinas, Sajina ingresó en CHEF en octubre de 2011.
Sony, natural de la aldea de Myagdi, perdió a su padre siendo un bebé y su madre, sordomuda, no podía darle el soporte necesario en la remota aldea en la que residían así que decidió brindar a la niña una infancia feliz a través de CHEF. Es una pequeña muy dulce capaz de proporcionar el afecto que no tuvo en sus primeros años. Llegó a la casa de Sunakhoti en mayo de 2011, dos meses después de Esmee, una niña brillante en los estudios, procedente de una familia muy pobre que tampoco podía hacerse cargo de su cuidado. Su madre no puede trabajar debido a una enfermedad crónica y su padre tampoco era capaz de mantener a toda la familia con su salario así que acudieron a CHEF para proporcionar a la joven un futuro más brillante.
La infancia de Padrip también esconde una triste realidad. Sus padres murieron cuando tenía seis meses. Una hermana suya le acogió en su casa pero cuando se casó su marido no permitía que viviera con ellos. En la casa hogar de CHEF el niño disfruta ahora de su afición al fútbol y baloncesto en las horas libres después del colegio. Se confiesa seguidor del Real Madrid y es capaz de ayudar en la cocina de la casa como un adulto. De mayor le gustaría ser médico. Su compañero de habitación y el mayor del grupo, Sabin, de 15 años, es muy estudioso y responsable. Le encanta la lectura, ayuda en las tareas de la casa y cuida de Sylvia como si fuera su hermana pequeña. “Mejor que no salte y baile mucho después de la cena”, aconseja a los voluntarios que se prestan a la actividad sin descanso de la benjamina de la casa.
Para proporcionar un futuro a estos ocho pequeños, CHEF sólo depende de los donantes individuales y otras organizaciones que voluntariamente respaldan su proyecto. No recibe ayuda alguna del gobierno. Su conexión con la Asociación Destino Solidario en España les permite acoger periódicamente voluntarios para colaborar de su iniciativa. “Hace tiempo teníamos como principal soporte a un austriaco pero al quedarse sin empleo nos comunicó que no podía hacer más donaciones”, explica Lila.
Su mayor urgencia pasa por lograr el respaldo necesario para dar soporte a las necesidades escolares de Sylvia, que acude a un jardín de infancia y necesita de transporte escolar a diario, y Esmee, de 12 años, que cambia de nivel educativo el próximo año, para quien la organización pide ayuda para sufragar los costosos libros de texto, que en un solo año pueden superar las 10.000 rupias nepalíes (en torno a cien euros) una auténtica fortuna en un país en el que la renta media mensual no excede de los 200 euros al cambio. La principal necesidad para los pequeños es la ropa y el calzado, que ellos reciben con un entusiasmo máximo.
Los menores pueden mantener contacto con sus familiares si así lo desean estos y al cumplir 18 años pueden regresar a casa o continuar en la casa hogar si en sus respectivos domicilios no pueden proporcionarles el sustento necesario, indica Lila. A diario, los niños estudian en el colegio el idioma nepalí aunque se comunican normalmente en hindi, y en inglés con los extranjeros.
Sin perder la sonrisa
Pese al choque cultural inicial el lugar, la gente, la cultura, la comida, el clima resultan fascinantes; todo invita a ser feliz allí. Levantados desde las 6 de la mañana y sin perder la sonrisa hasta el momento de acostarse, los niños son el mejor ejemplo de una experiencia cultural de aprendizaje mutuo. Ellos fueron quienes introdujeron a los dos voluntarios que viajamos desde España en asuntos tan cotidianos como la comida, o la presencia permanente de Buda en sus vidas, entre otras costumbres.
La cocina de Nepal es una rica mezcla de las tradiciones culinarias indias y tibetanas. Sus básicos son las legumbres y los cereales, pero el arroz es, sin duda, el alimento estrella. Ayuda mucho en estos casos que el compañero de viaje sea un alicantino con especial querencia por los arroces. A priori, puede parecer una cocina sencilla y poco variada. Pero, poco a poco, se descubre toda su amalgama de sabores, donde siempre manda el picante. El plato tradicional del país es el “dhaal bhaat”, un arroz hervido acompañado de una salsa de lentejas y vegetales sazonados con curry. Otro plato típico son los momos, de influencia tibetana, una especie de ravioli gigante hecho con harina de cebada que puede ir relleno de distintos tipos de carne o de verduras. Son el sabor más característico del Himalaya. En los restaurantes de Kathmandú los sirven rellenos de manzana y canela.
Las “chapatis”, una especie de tortitas fritas, también suelen acompañar la gastronomía tradicional nepalí, un país que ocupa el 0,1% de la superficie de la tierra y, sin embargo, cuenta con el 8% de las aves del mundo, once de las quince familias de mariposas o el 4% de la población mundial de mamíferos. En tan solo 150 kilómetros su territorio varía de los 60 metros sobre el nivel del mar hasta los casi 9.000 de altura de la cima del Everest, realidades todas ellas que también influyen en el carácter de sus ciudadanos. Jamás recibiremos un no por respuesta de un nepalí porque allí el giro de cabeza hacia los lados significa que el interlocutor está dando una respuesta afirmativa.
Más curiosidades. No importa lo lejos que uno desee desplazarse. Todos los “tuc tuc” llevan al destino deseado sin gastar por viaje poco más de 20 céntimos, al cambio, en euros. Eso sí, en casi ninguno de ellos existe límite de plazas y hay quien viaja colgado del exterior del vehículo.
En Nepal, como en la India, comprar es igualmente una parte muy interesante del viaje, por lo que conlleva de contacto con el pueblo. Instalarse en una zona rural ayuda a descubrir pequeños telares en los rincones más inesperados del camino donde cosen los coloridos trajes que lucen jóvenes y mayores. Las compras más usuales para el turista son los objetos tallados en madera, los cuencos tibetanos, o las “malas” o rosarios budistas, de 108 cuentas, un numero sagrado que se relaciona a las 12 casas astrológicas, multiplicadas por los 9 planetas del sistema solar.
Lugar de experiencias y contrastes
Sin embargo, el regalo más preciado del país no se vende en ningún mercado. Mítico, ansiado, soñado… Nepal es, sobre todo, un lugar de experiencias y contrastes. Una de las visitas imprescindibles es la zona del templo de Pashupatinath, donde si uno no es hinduista no puede acceder al interior del recinto sagrado. Este lugar es ideal para comprender y observar los ritos de las cremaciones del hinduismo, algo muy impactante en el mundo occidental, donde la muerte se vive de otra forma. Resulta un tanto morboso presenciar las cremaciones (“ghats”) en directo y todo el rito funerario que reúne a las familias a la orilla del río para preparar el cadáver antes de prenderle fuego.
La zona de Pashupatinath, en Kathmandú, está repleta también de monos, y es un buen lugar para contemplar y hacerse fotos con los “saddús”, una especie de santones que se dedican a la vida contemplativa . Más experiencias: una visita al parque natural de Chitwan, o el teleférico a Manakamana, el más grande y largo de Nepal, ofrece unas vistas espectaculares sobre los ríos Marshyang-di y Trisuli. Muchos suben con cabras para sacrificar ante la diosa Bhagwati, que al parecer concede deseos. Eso sí, para llegar a ella hay que cruzar descalzo una plaza cubierta de fango. Casi nadie realiza el camino de vuelta sin la “tika” (el típico punto rojo de aplicación en el entrecejo). Un pintoresco cierre a un viaje espiritual.
“Thank you, sister; thank you brother!”, se despiden los niños.
*Covadonga Jiménez vivió y colaboró con CHEF durante diez días en septiembre de 2014. Su relato sobre su estancia y experiencias en la casa-hogar fue publicado en el diario La Nueva España el 16 de noviembre de 2014.
**Fotografías de María José Villar Fernández, voluntaria de CHEF en noviembre de 2014, y Arantza Criado, voluntaria en marzo de 2014.
Si quieres saber más sobre Child Helping Education Fund, cómo ser viajero solidario y otras formas de colaborar, puedes hacerlo en: http://www.destinosolidario.org/child-helping-education-fund-nepal/
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