Los viajes solidarios establecen una relación de intercambio y cooperación que tiene un impacto positivo para los dos partes implicadas: la organización o comunidad y el viajero.
Desde el punto de vista de los destinos, en las tres últimas décadas, la cooperación internacional se ha consolidado como instrumento fundamental para el desarrollo de aquellos países o comunidades en los que la mayoría o gran parte de la población vive aún en situaciones de pobreza y vulnerabilidad.
El actual contexto de crisis económica internacional ha tenido un impacto negativo en el ámbito de la cooperación. Han mermado las partidas de ayuda oficial al desarrollo, las donaciones y proyectos privados y la inversión extranjera directa. Muchos proyectos de desarrollo ven peligrar su viabilidad y otros han sido paralizados de manera indefinida. Las organizaciones y comunidades necesitan encontrar nuevas vías de ingresos que les permitan seguir desempeñando su labor y contribuyendo a la mejora en las condiciones de vida de las personas. Una de ellas es el turismo solidario.
Este modelo está captando un creciente interés por parte de los viajeros de todo el mundo, que apuestan por los valores de solidaridad, compromiso y aprendizaje frente al mero papel de espectadores ajenos a la realidad que propician los sistemas turísticos dominantes en los últimos años. Viajar para conocer un pueblo y una cultura, y no sólo para observarlos.
La Organización Mundial de Turismo (OMT) indica que los desplazamientos por ‘turismo solidario’ desde Europa están creciendo a un ritmo anual de en torno al 20% en los últimos ejercicios. Este creciente interés hace que sea especialmente importante que las estrategias de turismo solidario tengan en cuenta criterios de sostenibilidad ambiental, social, cultural y económica.